Nunca pensé que estaría escribiendo esto con solo 19 años. Supongo que cuando uno se independiza tan joven, con la mujer que ama más que a nada, el mundo parece demasaido grande para lo pequeño que te sientes. Nos mudamos juntos hace unos meses, ella con sus ideas claras de cómo quería nuestra primera casa, y yo, bueno, yo con cero experiencia pero con muchas ganas de hacer que todo saliera perfecto para nosotros.
Quise hacerme cargo de todo. Me dije: “Esto va a ser pan comido. ¿Qué tan difícil puede ser una reforma?”. Bueno, pues puede ser bastante difícil. Pero no, reformar una casa no es solo cuestión de pegar cuatro azulejos y pintar un par de paredes. Hay mucho más detrás: decisiones que pesan, errores que se pagan caros, y momentos en los que uno se siente totalmente perdido.
Si estás por empezar una reforma, o ya estás metido hasta el cuello como lo estuve yo, quizás esto te ayude a no tropezar tanto como yo tropecé.
Pensé que sería más barato hacerlo por mi cuenta
Lo primero que hice fue pensar: «¿Para qué contratar a alguien? Si yo soy joven, fuerte y tengo internet.» Ahorrarme unos euros parecía lo más lógico. El problema es que no tenía ni idea de por dónde empezar.
Compré herramientas que no necesitaba, material barato porque estaba en oferta, y vi tutoriales de YouTube como si fueran cursos universitarios. Me convencí de que podía con todo. Resultado: paredes torcidas, juntas mal selladas, y varios fines de semana perdidos repitiendo lo que había hecho mal.
Al final, tuve que llamar a un profesional para corregir lo que yo ya había estropeado. Y sí, me cobró más de lo que habría costado hacerlo bien desde el principio.
No tener los materiales adecuados me salió caro (y feo)
Esto fue uno de mis errores más graves. No tenía ni idea de la diferencia entre un suelo vinílico barato y uno de calidad. Vi uno que se veía “bonito” en la tienda, con diseño tipo madera, y estaba tirado de precio. Me lancé sin preguntar mucho más.
Lo instalé con ayuda de un amigo. Dos semanas después, ya había zonas despegadas, se marcaban todas las pisadas y un día que se nos cayó un vaso de agua, se levantaron las esquinas. Se arrugó como papel mojado.
Ahí aprendí (a la fuerza) que no todos los materiales sirven para cualquier espacio. Que un suelo barato puede ser pan para hoy y humedad para mañana. Después descubrí, hablando con un técnico de Spadico empresa con un catálogo de suministros industriales de diferentes sectores (los cuales puedes usar en reformas de tu casa) —me acerqué buscando soluciones cuando ya tenía el suelo hecho un desastre—, que hay que fijarse en cosas como la resistencia al agua, el grosor, la capa de uso y la clasificación por zonas de tránsito.
Me dijo algo que se me quedó grabado: “Lo barato en suelos suele durar lo que tarda en llegar la primera gota de agua”. Y tenía toda la razón.
Desde entonces, antes de comprar cualquier cosa, me aseguro de entender qué necesito exactamente y dónde lo voy a poner. Y si no lo tengo claro, pregunto.
No respetar el orden lógico de las obras
Otro fallo: me lancé a pintar antes de terminar la electricidad. Mi mujer quería un color específico para las paredes, y yo quise darle esa alegría. Así que pinté todo antes de que viniera el electricista.
¿El resultado? Agujeros en las paredes nuevas para pasar cables, yeso fresco manchando la pintura, y tener que volver a empezar desde cero. Me di cabezazos contra la pared (bueno, no literalmente, pero casi).
Ahora sé que hay un orden lógico en las reformas: primero lo estructural (fontanería, electricidad), luego paredes, después suelos, y al final acabados. Saltarse ese orden es asegurarse una doble faena.
Subestimar el tiempo que toma TODO
“Esto lo tengo listo en dos semanas”, dije con una sonrisa orgullosa.
Dos semanas se convirtieron en un mes. Luego en dos. Y la mitad del tiempo fue por errores míos: materiales que no estaban disponibles, cosas que tuve que repetir, esperar al técnico para arreglar lo que yo había intentado hacer solo.
Además, cada decisión tarda más de lo que uno imagina. Elegir un grifo puede parecer sencillo, pero cuando vas a la tienda y hay 47 modelos diferentes, cada uno con sus pros, contras y precios, te das cuenta de que podrías perder una hora solo con eso.
Y ni hablar de cuando te das cuenta de que el grifo que te gustó no es compatible con el lavabo que ya compraste…
No calcular el presupuesto con margen
Uno piensa que con hacer una lista de precios ya está todo controlado. Error. Porque una cosa es lo que ves en el catálogo y otra es lo que termina costando de verdad.
Yo no había contemplado gastos como transporte, imprevistos, herramientas adicionales, tornillos, brocas, tacos… y mucho menos la comida a domicilio durante las semanas que no teníamos cocina funcional.
Cuando el presupuesto se me fue de las manos, empezamos a discutir. No por el dinero en sí, sino por la angustia de sentir que no tenía control de nada. Me prometí que nunca más haría una reforma sin dejar un 20-30% extra de colchón para lo inesperado. Porque lo inesperado, créeme, llega sí o sí.
Escuchar poco a quienes saben más
Me pasó varias veces que un profesional me daba una sugerencia y yo, por orgullo o por creer que ya lo había leído en internet, hacía lo contrario.
Un albañil me dijo que no pusiera el suelo nuevo sin nivelar antes una parte del salón. No le hice caso. Ahora esa zona tiene un desnivel que solo notamos cuando pasamos con la mesa y baila como si estuviera en una fiesta.
Otro electricista me recomendó poner más enchufes de los que yo había previsto. Dije que no hacía falta. Ahora tenemos regletas por toda la casa. Si pudiera volver atrás, escucharía más y googlearía menos.
Querer contentar a todos… menos a mí
Este es más personal, pero lo comparto igual porque me dejó una enseñanza grande.
Quise hacer la reforma totalmente como mi mujer soñaba. No digo que eso esté mal, de hecho me encanta verla feliz en nuestra casa. Pero me olvidé por completo de mis propios gustos o necesidades.
Ahora echo en falta una zona para mí, un pequeño espacio donde leer, jugar videojuegos, o simplemente estar solo un rato. Y no lo tenemos, porque en su momento no lo pedí. No lo propuse. Sentía que si ella era feliz, yo también lo sería. Pero en la convivencia se nota cuando algo tuyo falta.
Aprendí que construir un hogar es un trabajo de dos. Y que hacer todo al gusto de una sola parte, aunque sea con amor, no siempre es lo más sano.
La importancia de los pequeños detalles
Hubo cosas que no imaginé que tuvieran tanta importancia, como la dirección de apertura de las puertas, la altura de los interruptores, o el lugar exacto del grifo de la ducha. Pensé que eran detalles menores. Hoy me doy cuenta de que esos “detalles” afectan el día a día.
Un interruptor mal ubicado puede hacerte dar vueltas cada noche para apagar la luz. Un grifo mal colocado puede mojar todo el baño cada vez que lo usas. Son cosas que no notas hasta que vives con ellas, pero una vez están hechas… no hay marcha atrás sin volver a picar.
Lo emocional pesa más de lo que uno cree
Durante la reforma pasamos por todas las fases posibles: ilusión, cansancio, frustración, orgullo, discusiones, reconciliaciones. Reformar no es solo transformar un espacio, también te transforma a ti.
Hubo días en los que me sentía inútil. Otros en los que estaba tan agotado que no podía ni hablar. Pero también hubo momentos en los que sentí que estaba construyendo algo real con mis propias manos, por nosotros.
Y aunque cometí muchos errores, hoy miro nuestra casa con orgullo. Porque cada esquina cuenta una historia. Porque aprendí más en tres meses de obra que en todo un año de instituto.
Lo que haría diferente si pudiera volver atrás
- Pediría ayuda desde el principio. No todo se puede hacer solo.
- Invertiría en buenos materiales. Lo barato sale caro, y a veces también feo.
- Haría un plan detallado, con tiempos, tareas y presupuesto realista.
- Escucharía más a los expertos y menos al algoritmo de YouTube.
- Me reservaría un pequeño rincón para mí.
- Y, sobre todo, disfrutaría más del proceso en vez de querer terminarlo rápido.
Reformar tu casa no es como en los vídeos de TikTok
No es solo poner música de fondo, hacer una transición y ¡voilà! Todo perfecto. Es sudor, decisiones, paciencia y sí, errores. Pero también es una forma de aprender a crecer.
Hoy nuestra casa tiene fallos, claro. Pero también tiene alma. Y eso, sinceramente, no lo cambio por nada.
Porque al final del día, no se trata solo de levantar paredes o elegir lámparas. Se trata de construir un lugar donde puedas mirar a la persona que amas, y decir: “Esto lo hicimos juntos”. Aunque sea con alguna junta mal sellada.